Los entierro cada día
deslumbrándolos.
Y se alza sagrada
mi palabra
para cercenar sus límites difusos.
Los nomino árbol, oquedal, pineda
porque soy incapaz
de verlos suspendidos.
Pero son ingobernables:
ligeros
como vegetales alados.
Los condenso
y los desplazo
en el mismo escalofrío.
¿Acaso los volveré a ver
en la próxima parada?